martes, 20 de enero de 2015

El labrador

En la plaza mayor del pueblo todos esperaban aglutinados en el mismo rincón; cerca de la calle principal, una larga calle empedrada y polvorienta por donde pasaban los carruajes de los más bienaventurados señores de las tierras. En algún lugar de la España profunda esperaban desde primera hora de la mañana los campesinos, que en época de siega, aguardaban a que los labradores enviados por los caciques escogieran a dedo sus jornaleros. Por aquel entonces, José, un muchacho forjado en las tierras de cultivo desde bien pequeño, esperaba su momento entre la multitud.

Muchos chavales de aquella época no eran más que hijos de la postguerra, no habían tenido oportunidad de ir a la escuela y habían mamado del hambre, el esfuerzo y la injusticia. Su única enseñanza había sido la que la misma tierra, ganado y cultivo les había propiciado. Algunos, como José, tenían un don; la curiosidad. Por muy pobre que se fuera y por muy pocos recursos a los que se tuviera acceso, España venía de ser una República, prospera en algún momento de su historia y aunque herida de muerte aún se encontraban libros para quien aún se preocupara de encontrarlos. No había comida, pero aún se podían encontrar enciclopedias universales en iglesias destruidas, bibliotecas arrasadas o simplemente en muchas de las casas abandonadas que habían dejado en la miseria tanto bandos republicanos como nacionalistas a su paso.

Los carruajes levantaban el polvo y los caballos gemían entre la multitud. La subasta se llevaba a cabo rápido, pues la elección era rápida y despiadada. Primero empezaban los que más pagaban, el señor Don David Montoya venía en persona a elegir a los más fuertes y jóvenes y se los llevaba dejando a los más viejos, que trabajarían por un sueldo menor al mejor postor. Por aquel entonces no hace falta decir que no existía ningún tipo de protección para el trabajador, que estaba a merced de lo que empezaba a formarse como la sociedad capitalista moderna.

Entre todo aquel tumulto y jolgorio que se formaba entre la elección de los terratenientes destacaba un chico despreocupado sentado en una de las pilas de tierra. El, con su atuendo clásico, pantalones de trabajo, camisa y boina, observaba preocupado la tensión que se desarrollaba durante esos momentos. –Si tan solo alguien pudiera protegernos- pensó para sus adentros. José, era uno de esos chicos criados en el campo desde bien pequeños, sin padre ni tíos, apresados en la guerra por pertenecer activamente en el bando republicano en una zona dominada por la franja, ahora opresiva, de los falangistas de Franco. Pudo sobrevivir desde bien pequeño cuidando de su madre y sus hermanos, aún más pequeños que el, cuidando un campo de sandias que vendía o cambiaba en el mercado sin más ánimo de lucro que el de sobrevivir y dar de comer a su familia. Vivía en una de esas chozas construidas a base de piedras conglomeradas. Sus días pasaron entre la soledad del cerro seco en la árida tierra castellana, protegiendo de ladrones su cosecha y con la única compañía de un perro guardián y su gran tesoro; la enciclopedia universal. Allí, bajo el manteado cielo de estrellas estudiaba cada noche filosofía, astronómica, ciencia, historia, política y literatura.

José no tenía por qué preocuparse por adquirir un puesto entre los temporeros. El conocía bien a uno de los contratistas y tenía un acuerdo con él. Trabajaría siempre con el de sol a sol si le pagaban un duro más que el jornal máximo del labrador que más cobrara. De esta manera, se aseguraba tener una remuneración adaptada al mercado y a cambio ofrecía su experiencia y buen hacer, pero esto duraría bien poco.

José estaba comprometido con una chica del lugar e iba a casarse muy pronto. En el fondo él no estaba acostumbrado a trabajar para nadie, pues siempre había trabajado por su cuenta y ya tenía trazado un plan. Él siempre quiso trabajar la tierra por su cuenta, pero no contaba con las herramientas necesarias y sus suegros no tenían nada para ofrecerles como dote el día de su boda. El único lugar que ofrecía dinero no era otro que el Sindicato Católico, como no, una institución cristiana manejaba todo el poder económico de la zona, pero había un problema. Nunca comulgo con los ideales de la iglesia, y aunque creía en su patrona la virgen, nunca tuvo buena relación con los curas del lugar ni nunca se le vio por misa. Por esto que le comento a su suegro la situación.
-          
       Pero bueno José, ya va siendo hora que olvides todos esos ideales y comulgues con ellos, aunque solo sea esta vez –contestó con voz clara y firme el bueno de Arturo, pues así se llamaba-.
-           Lo sé, creo que tienes razón, pero nunca me han visto por misa y creo que no estoy muy bien visto por el sindicato –dijo José en un tono preocupado-.
-          Creo que deberías intentarlo, no vas a perder nada por hacerlo, háblalo con tu padre.

Efectivamente su padre aprobó la actuación y José dejó sus herramientas en casa, se cambió la camisa y desfilo calle abajo hasta el Sindicato Católico.
-           Pero bueno José, que sorpresa verte por aquí- exclamo el secretario que allí se encontraba-.
-           Aquí estoy, vengo porque tengo visto una mula en casa de Hernán y me pide por ella dos mil pesetas, y como comprenderás yo no dispongo de ellas.
-           ¡Ah! Es por eso que vienes entonces, no hay ningún problema José, solo voy a necesitar que me avales el préstamo y ¡podemos firmar ahora mismo! Pues en una semana podrás dispones de las dos mil pesetas que necesitas.
-           Pero, Juan –pues así se llamaba el santo secretario- Yo no dispongo de nadie que me avale, como podría yo…
-           ¡Basta! Firma aquí, te digo que ya tienes los avales
-             Que no, pero ¿de quién me estás hablando?

El bueno de José firmo y comprendió que los avales serian su suegro y su padre. Aunque él siempre supo que pagaría el préstamo y los intereses como así fue. Y así fue que sus dos avales se enteraron de su condición meses más tarde cuando el préstamo ya fue pagado.

Así fue que junto con una pequeña burra que poseía Arturo, las herramientas de campo y el arado que poseía el padre de José y el mulo de Hernán pagado a tocateja, José se convirtió en labrador autónomo. Así fue que se dirigió a casa de uno de los caciques más importantes de la zona, Don David Montoya.

José se dirigió a al caserón de los Montoya y pico a la puerta sin vacilar.
-           Buenas tardes Don David, ¿tiene usted un momento para hablar de negocios? Me gustaría pedirle labrar sus tierras.
-           Pero ¿Cómo es posible? Pero si tú eres uno de esos muchachos jornaleros de la plaza ¿desde cuándo tu eres labrador?
-           Desde este mismo instante si usted me deja arar sus tierras, dispongo de las bestias y las herramientas necesarias.

Y así fue que el joven José se convirtió en labrador y empezó sus labores como autónomo en las tierras de Don David Montoya.
Un día de trabajo, cuando el sol estaba en lo más alto apareció un hombre vestido con traje, muy bien aseado. Venía con un sobre en la mano.
-           ¡Buenos días¡ -Grito aquel hombrecillo con corbata –
-           Bueno días, que le trae por aquí, ¿se ha perdido? -contestó activamente José-.
-           ¿Es usted José? ¿Labrador de las tierras de Don David Montoya?
-           Yo mismo, ¿Qué ocurre? –respondió José con gesto altivo-
-           Soy el notario de los juzgados de la comunidad, se le reclama en el juicio como representante de los labradores.
-          ¿Cómo? Usted debe de estar confundido –expresó José en tono de burla-.
-           Lo único que sé es que usted debe de presentarse mañana en los juzgados, buenas tardes. –y se fue tan elegantemente fuera de lugar como llegó-

El día del juicio José se presentó enfrente del gabinete sin saber muy bien a quien se iba a enfrentar y allí le explicaron que había sido elegido entre el gremio para representar a los labradores en el caso de Don Eusebio Díaz. Un caso en el que los labradores exigían un dinero inicial al cacique para poder empezar el cultivo.

Antiguamente cuando un labrador cultivaba el barbecho el acuerdo era tan simple como que el cacique cedía parte de sus tierras para que fueran cultivadas a cambio de un tercio de la producción de la misma. No existía ningún convenio ni ley que regularizara las tierras por lo que cada comunidad tenía que luchar por cualquier tipo de derecho o reclamación. Era una práctica habitual por aquel entonces y ahora José se encontraba defendiendo a su gremio, que reclamaba una inversión inicial del cacique para empezar el trabajo en las tierras acordadas. Los labradores se quejaban de que les suponía un gasto importante empezar a limpiar la tierra antes de ni siquiera poder ararla con sus bestias, y pensaban que este esfuerzo debía ser financiado por el propietario.

En el estrado se encontraba ya el señor Don Eusebio, que a orden del juez le hizo anotar y calcular en un papel la suma del dinero que él creía que debían percibir los labradores. Acto seguido el juez ordenó a José que anotara la cantidad que él creía conveniente el otro trozo de folio. Así pues, cuando los dos acabaron, el juez ordenó a Don Eusebio que procediera a mostrar la cifra que él había calculado.

-          Que le parece la cifra José ¿está de acuerdo? –le pregunto el juez una vez expuesto el papel de Don Eusebio Díaz-.
-           Me parece, que con todos mis respetos a Don Eusebio Díaz, se debe de haber equivocado en la suma, pues no puede ser que estemos tan sumamente alejados el uno del otro. –se hizo un silencio sepulcral en la sala, nunca nadie había plantado cara de esa manera de un terrateniente-. –Invito al señor Díaz a que vuelta a sumar sus cifras.
-           ¡Efectivamente! Me he equivocado –pronunció Don Eusebio después de revisar vilmente sus cálculos-
-           Con todos mis respetos señor, sabía que usted no podía haberse equivocado, es muy bueno para los números.
-          Usted también, José –dijo con ironía y con un ligero toque irónico Don Eusebio Díaz. Pero existe un problema, de buen gusto pagare esa cifra entre otras cosas porque lo encuentro justo, pero ahora mismo yo no puedo hacer frente a esos pagos pues mi hija va a casar dentro de dos semanas con un hombre de Navas, y como todos ustedes saben es un hombre de mucho dinero. No puedo asegurar el dinero hasta que la boda se lleve a cabo.
-           Señor Don Eusebio Díaz –pronunció José- si esa es la causa de que no pueda pagarnos con paciencia esperaremos a que su hija casé y pueda así enfrentarse a los pagos que aquí hemos acordado-.
- Seguidamente Don Eusebio Díaz se levantó del estrado dando un golpe seco con la punta del bastón que hizo retumbar el eco de la sala. Acto seguido salió de la sala caminando serenamente hasta la salida.
En el pueblo no se hablaba de otra cosa;
-           ¡José! ¡La próxima vez que quieras acordar algo con un cacique pregunta primero si su hija está casada! –y exploto a reír-
-           ¡Muy bien José! Lo de hoy lo vamos a recordar siempre, ¡les has dejado las cosas claras!
Hacía semanas ya de lo ocurrido y los días pasaron apaciblemente a la espera de la respuesta de del terrateniente.
-           ¡José! Don Eusebio quiere hablar contigo, quiere que vayas a su casa – dijo un jornalero excitado –todos esperaban saber la conclusión a aquellos días de negociaciones-.
-           ¿A su casa? Todo quedo bien el claro el día del juicio, no tengo porque ir a casa de nadie a negociar-.
-           Vamos José, ves a su casa, a ver si arregláis este asunto de una vez por todas, debemos de empezar la siega la semana que viene.

Así pues, José se dirigió de nuevo a casa de uno de los terratenientes más poderosos de la comunidad, pero esta vez ya no era como un simple iniciado en el trabajo de labrador, sino como representante del gremio.
-          ¡Oh! –pronuncio don Eusebio en tono de exclamación-. Bienvenido sea Don José, por favor, pase a mi despacho – tan buen recibimiento no fue esperado por José, que rápidamente, y bajo la consigna de la antigua diplomacia empezó a tratar el asunto.
-           Me han comentado que quería verme
-           Sí, le he llamado para llegar a un acuerdo de una vez por todas, estamos condenados a entendernos –y le enseño un papel con una cifra generosa-.
-           Pero no soy yo quien debe de estar de acuerdo, son los labradores los que deben dar el visto bueno.
-          Créame José, si usted está de acuerdo con la cifra todos lo estarán.
-          Pero no podemos firmar nada sin…
-           José, no hay ni un solo jornalero o labrador que se atreva a hablar conmigo de cara, se lo que piensan los demás de usted y tenga por seguro que si usted está de acuerdo los demás lo estarán también.

Y así fue que por vez primera los trabajadores del campo ganaban una batalla a los caciques del pueblo. Desde aquel momento en adelante los trabajadores siguieron luchando por las condiciones de trabajo, pues José rompió la barrera y dio esperanza a que la balanza pudiera también inclinarse de vez en cuando a los que menos recursos tenían. Y todo gracias al don de la palabra que desde bien pequeño había trabajado.

Al año siguiente José no consiguió el permiso de ninguno de los terratenientes para cultivar sus tierras y se vio expulsado en cierta manera de la comunidad. Esto le llevo a aceptar una oferta de trabajo en Alemania, a raíz de un acuerdo del Gobierno con la república federal, que necesitaba trabajadores para sus fábricas. Allí se ganó durante un tiempo bastante bien la vida para volver a su patria. Por el camino conoció Barcelona, y como muchos otros, optó por llevarse a su familia a la capital catalana para que, y visto el valor que él conocía en la misma, sus hijos tuvieran una educación y quién sabe si llegar a la universidad.

Aún hay quien recuerda a José sentado en el pilón de arena observando a la multitud y a la vejez, aún hay quien le da las gracias cuando vuelve a su pueblo durante el verano. ¡José parece que aún no te separas de tus jornaleros! -Exclaman algunos cuando lo ven sentado en la plaza, reconvertida en bar restaurante –sonrisas-.

Saludos.




lunes, 19 de enero de 2015

Arde París!

Hace frio en las afueras de Paris, las calles están vacías y solo se mueven los gatos de vivienda en vivienda, saltando de entre las verjas a otras, o subiéndose a las ventanas atraídos por el resplandor de las mismas. Es la única luz entre las calles oscuras y los jardines húmedos. Es noche fría y cerrada, la luna brilla con fuerza entre unas nubes que se tornan blancas a su paso en un cielo que deja entrever alguna estrella. Algo alejado de la contaminación lumínica del centro de la ville. La vida en los hogares transcurre dentro de la rutina. Televisores, comida en la mesa, familias, animales de compañía y bastante silencio para el bullicio de una mentalidad latina. Es aquí, en este marco, donde empieza el principio del fin. 
Después de un tiempo todo se mira con más claridad. Las cosas pueden parecer mejores, peores, o, simplemente dejan de tener importancia.
¡Gooool! del Barça, los del Tata marcaban un 18 de febrero de 2013 contra el Manchester City en una eliminatoria de Champions League. Yo, recostado en mi silla de cañas y madera me acordaba de mis compañeros. ¡Ya verás hoy!, al Barça hoy le caen cinco, ¡el City esta increíble este año! Ingenuo de mí. En realidad sonreía cuando el partido se dio por finalizado. Ya buscaba mis argumentos para combatir mi optimismo, que, como muchas otras veces, me había traicionado. 
Fin de partido, estoy en una pequeña habitación en el sud de París, calefacción alta y la cama desecha. Me dispongo a comprobar si dispongo de la película que había puesto a descargar horas antes; una de Scarlett Johanson en un papel intranscendente interpretando una rabia más, una especie de comedia romántica que empiezo a ver sin ningún entusiasmo y con la única finalidad de matar el  tiempo e ir a dormir con sueño. Mi gran tarea pendiente aún hoy. Tengo pis. Paro el reproductor. Salgo de mi habitación.
Por aquel entonces yo vivía en un pequeño habitáculo, porque aquello no podía tener otro nombre. Era un pequeño cuarto adaptado por unas paredes finas de pladul situado en la parte baja de una casa muy antigua en la localidad parisina de Antony.  Abrí la puerta y entonces pude ver que había alguien al final del pasillo. Era de obligado cumplimiento pasar por allí, me había visto, aunque debo reconocer que no me gustaba cruzarme con según quienes personas de la casa puesto que nunca recibí muchas muestras de cariño y eso me llevaba a desconfiar de algunos de mis vecinos.
-Hi David! How are you? – escuche al otro lado de la puerta y con marcado acento francés. – I want you to know that i’m back and i’m fine, healthy and also… thank you very much for your messages supporting me and for the ukulele, that’s make my time on the hospital much better… 
-Hi  Alfred I’m glad to see you back here again… healthy… - Tengo que añadir que Alfred era una persona entrañable, una especie de artista burgués, un soñador capitalista, un filósofo de salón…BOBO, una persona con la que daba gusto conversar y con las que el tiempo pasa agradablemente, pero dentro de su dualidad, escondía muchos miedos, inseguridades, clichés, desconfianzas… en fin, los males del que nunca ha salido de su zona de confort. esa era extrañamente la misma sensación que recaía y extrapolaba en mí su persona cuando pensaba en él.
Me había encontrado a gusto hablando con él, quizás las cosas empiecen a mejorar –pensé- aunque no era consciente de hasta qué punto.
Seguidamente me di cuenta que dentro de su habitación estaba Susan, una chica colombiana que recuerdo con algún altibajo que otro, pero la cual aprendí a quererla y más después de las circunstancias que pasamos durante aquellos meses. 
Estábamos los tres juntos en el pasillo, hablando de la vuelta de Alfred y un poco conmocionados por lo que suponía que se hubiera recuperado y volviera a casa. Paso varias semanas en el hospital debatiéndose entre una situación delicada la cual le podría haber llevado a la muerte. Fueron semanas críticas para la familia y eso repercutió bastante en las energías del ambiente. Recuerdo que compré incienso  una semana antes para expulsar las malas vibraciones y quemar los demonios.
La cuestión es que llegamos a la puerta de mi habitación y yo la empuje para dar visión a mi pequeño pero acogedor cuarto. Alfred me trajo el ukulele agradeciéndome de nuevo el gesto. Pero cual fue la pequeña sorpresa cuando un olor extraño invadía el pequeño reciento de mi habitación. Rápidamente me di cuenta de que había unas gotas justo al lado de mi cama. Unas manchas en el suelo. Me agache para obsérvalas detenidamente debido al olor que emanaban.
-¡Es quitamanchas! – Exclamé- altamente tóxico, esto hay que quitarlo- y entonces me incorporé a buscar un papel o una servilleta con la que quitar las gotas líquidas impregnadas en el suelo.
- ¡Un momento David! -Interrumpió Alfred- creo que sé cómo puedo quitar estas manchas. Podemos prenderlas con un poco de fuego y evaporarlas. Yo ya lo he hecho alguna vez. Funciona créeme – añadió excitadamente.
El fuego que prendieron las gotas se mantuvo sospechosamente estático, bailando sobre el líquido inflamable y desafiándonos a la cara, como la llama de una vela al viento. Bailó durante unos segundos para dar paso al espectáculo más grande que he visto en mi vida. Repentinamente las gotitas impregnadas no eran tales, iban mucho más allá, seguían por debajo del armario hasta la misma botella y cual fue nuestra sorpresa al ver que la pequeña interprete había reservado algo mucho más elaborado. El fuego se desplazó rápidamente a la pared, haciendo que la mitad de la habitación ardiera en llamas. Traté de separar mi ropa, mis pertenencias, al mismo tiempo que a base de golpes y mantas intentábamos extinguir el fuego. En cuestión de segundos un humo negro inundo el techo de mi habitación y salimos del cuarto gritando y despertando a los demás vecinos de la casa. 
Coches de bomberos, sirenas, mantas, fuego y humo, mucho humo desprendido por las ventanas, golpes, cristales rotos, fugas, explosiones y más sirenas, gritos, llantos, mantas y ojos que no daban crédito. Manos en la cabeza, vecinos, policía y más llantos. Fue la noche más impactante de mi vida, algo cambio esa noche, pero ya nunca seriamos los mismos.
El paisaje de la casa ardiendo en la oscuridad era espectacular, subía el humo negro hacía el cielo, una gran cortina de gases subía hasta el cielo en forma de torre que iluminado por la luna debió de verse con expectación desde la mismísima Torre Eiffel. La silueta de una familia abrazada miraba entre sollozos y sin esperanza como ardían sus recuerdos.
Aquella misma noche, después de que unos vecinos nos dejaran algo de ropa de abrigo y un té caliente, nos subieron a un furgón de policía donde nos tomarían la documentación. Seguidamente nos trasladarían a un hospital cercano donde pasamos la noche enchufados a unas máquinas que nos limpiarían las vías respiratorias de posibles elementos tóxicos. Cuando acabaron de clavarme un par de inyecciones y montar el conveniente dispositivo me dejaron a oscuras en una camilla de hospital durante un par de horas. Cuando cerraron la luz por fin encontré la calma, pero he de confesar que fueron las dos horas más largas que he jamás he vivido. Todo empezaba a tomar forma en mi cabeza y así, repentinamente,  dispuse de demasiado tiempo solo para analizar la situación de lo que acababa de pasar.
Nada tenía sentido, hacía apenas unos minutos estaba en mi cuarto, ajeno a todo lo que pasaba y pensando en que tenía que hacer al día siguiente, pero ahora todo había cambiado. No existía manera alguna de volver hacia atrás, todo quedaba tan cercano en el tiempo, que no podía ser irreversible. Por un momento espere despertar, todo era demasiado surreal, seguro que me despertaría en mi cama, calentito, pensando en el mal trago que supuso la pesadilla. Pero no ocurría nada, no desperté nunca, era increíblemente real. Algunas mañanas me despertaba pensando en que todo seguía siendo una ensoñación. Y cuando era consciente, volvía a cerrar los ojos. Esperando creer que no había perdido todo.
Durante los días posteriores al accidente nos apoyamos bastante entre nosotros. Enfrente la desidia apareció el compañerismo. Habíamos perdido todo, y eso era, después de todo, lo único que teníamos en común. Cuando alguien pierde todo, su mente se queda en blanco. Desaparecen un montón de pensamientos innecesarios y se desvanecen las preocupaciones superficiales. Todo el mundo se para, y es entonces cuando puedes ver la realidad. No existe el dinero. Cuando tropiezas y bajas repentinamente unos cuantos peldaños en la pirámide de Maslow, al mismo tiempo que te golpeas la cabeza con cada uno de ellos, y sigues bajando tanto y tanto que cuando llegas abajo y miras para arriba desolado, te das cuenta que sigues vivo. Sí. Y es ahí, querido lector, cuando te replanteas si de verdad es necesario volver a escalar o, por el contrario, pasar de vivir tu vida escalando montañas cuando puedes caminar por la playa. Allí no hay escaleras.  
Aquellos días serían, lejos de ser un calvario, algunos de los días más bonitos que viví en París. Salí a la calle, después de desayunar en el hotel que me habían asignado por un periodo de tres días, y me encontré vestido con un chándal del equipo de rugby del barrio, el Racing Metro 92, más conocido por ser el equipo del jugador barbudo francés más mediático.
Esa sería mi equipación para la siguiente semana. Eso y mis manos, mis piernas, mi cabeza, y había sido convocado para salir de aquella situación. Nunca me sentí más libre por las calles de Paris que teniendo los bolsillos vacíos y saltándome a mi antojo las puertas del metro sin ningún resquemor. Era yo y la jungla. Me observaban turistas, nativos  y demás con extrañeza, pero con pasividad al fin y al cabo. Miraba a los vagabundos por igual y mi única comida al día serían los desayunos del buffet libre del hotel. Conseguí que me dejaran llamar desde la cabina de clientes bajo la mirada de sospecha del recepcionista, y llamé a mi trabajo, donde increíblemente me creyeron y donde más tarde me encontraría con el acto de altruismo más importante que jamás he recibido por parte de desconocidos. Allí encontré a mi verdadera familia francesa y me dieron fuerzas para que, pese a mis lamentables circunstancias, continuara adelante. Ya no me sentiría solo nunca más en aquel laberinto de sensaciones y egoísmo que tan sutilmente llaman en la películas; la ciudad de la luz.                                              
Los siguiente días fueron una batalla donde la mayoría de veces acababan en victoria. Tuve que pelearme para sacarme un pasaporte con el consulado y la embajada española. ¡Hijos de puta! ¡Puedo afirmar que si te estas muriendo de hambre ellos no te van a ayudar por mucho que pertenezcas a su país¡ Sin contar que casi no trabajan . El dinero es su bandera, y si no tienes, lo sienten mucho, pero no pueden ayudarte. Mismo si les das todas las pruebas del mundo, al final, el seguro me adelanto algún dinero para comprar ropa, comida y gestiones administrativas. Sí. Todo volvería a la normalidad excepto yo. Aprendería a saber que uno no necesita más que sus manos para vivir. Que no hace falta poseer ningún objeto para sentirse mejor con uno mismo. Siempre había escuchado esa clase de comentarios pero a partir de ese momento aprendí la práctica y creo que vivir por primera vez la sensación de perderlo todo me ha hecho ganar mucho. Eso me hizo crecer tanto que, aunque parezca extraño, llegué a pensar en las cosas buenas que me estaban pasando, y todo fue por insisto perderlo todo, por un accidente. Ardí y me recompuse de entre las cenizas.
Los meses allí me enseñaron mucho más que cualquier universidad y puedo decir que conocí París en su verdadera esencia. El Paris de los pobres, el del trabajo duro y la humildad. Muy lejos de las fotos de postales, anuncios o películas. El del sacrificio, el dolor, las pequeñas alegrías, el del valor de las cosas y sobretodo, el de la amistad verdadera. 
Pese a todo, deje de hacer lo que venía haciendo después de unos largos meses aprendiendo la lengua del país que más tarde dominaría. Durante un largo periodo tuve el hábito de leer, de escribir y componer canciones. Todo aquello me dio una lección vital, pero tuve que emplear mucha energía en sobrevivir y finalmente, y por falta de medios debo añadir, olvidé como se hacía
Si tengo que elegir una postal de París de entre todas las cosas bonitas que hay allí yo personalmente elegiría esta;

sábado, 1 de febrero de 2014

El universo en el fondo de una taza de café



Hace unos días ley un artículo sobre el universo. Siempre se ha intentado descubrir cuáles son las leyes por las que está regido el mismo; que si los planetas se agrupan en sistemas, que si los sistemas tienen estrellas, que si el conjunto forma una galaxia o que si las supernovas crean cometas etc. Los descubrimientos de algunos científicos de talla mundial han demostrado que una vez más estábamos equivocados, no en los datos. Sino en las preguntas. ¿Qué fácil no? Que típico, equivocarse en lo más sencillo, en lo que menos te imaginas. El universo no está formado por ninguna base de leyes, sino de hábitos. Si nos paramos a pensar si todo esto es cierto. Solo si nos paramos a pensar. Quizás todo haya sido más sencillo de lo que pensábamos ¿Por qué si el universo no actúa nunca en función de unas normas lo vamos a hacer las personas? Que, a su vez, somos parte de él. Nos empeñamos en creer que somos parte de aquello a lo que estamos destinamos a ser según nuestra naturaleza; egoístas, altruistas, amorosos, solitarios, promiscuos, mojigatos, fieles, correctos, libertarios, tímidos, extrovertidos, risueños, creativos, calculadores, nómadas o sedentarios… en ninguno seria cierto, porque, no somos más que las circunstancias o el momento, y aun así, podríamos elegir ¿Por qué? Porque no estamos basados en normas ni en clichés ni en perfiles, sino en hábitos.

Pensando de esta manera conozco muchas de las razones por las que a veces no empeñamos en estar solos o a veces en compañía, en lugar de eso; elegimos crear una relación perpetua. Nos empeñamos en elegir un trabajo para toda la vida, cuando a lo mejor lo que te atraía en un momento de tu vida deja de interesarte por completo en otro. Todo tiene sentido. Somos hábitos no leyes y, nuestras decisiones, como la misma vida que recorremos, son efímeras.

Todo esto se me ocurría debajo de la ducha, sumergido en una nube de vapor y agua caliente. En medio de mi aseo matutino, donde uno se mete debajo del agua sin estar bien despierto todavía y sus pensamientos flotan aún entre el sueño y la realidad; y acaban flotando junto con las partículas de agua.

E aquí la entrada a lo que sería una pequeña explicación de lo que es mi vida en París. Dos meses y medio hace ya que decidí llegar a esta ciudad con una maleta y una mochila de mano. Sin nada, solo con el acuerdo vía email, de vivir en una habitación que había alquilado a una mujer francesa la cual nunca había visto y a la cual fiaba mí techo. Sin mapa, sin idioma, sin trabajo, sin muchos ahorros, pero con la visión de que todo iba a salir bien. Pues bien, aquí sigo, ya con trabajo, con conocidos, con un francés suficientemente aceptable como, para hacer creer a alguien que no conozca la lengua, que la hablo maravillosamente y  lo más importante con una alma mucho más enriquecida, experimentada y segura de sí misma. Ahora me acuerdo de esta frase; era se una vez una persona tan pobre que solo tenía dinero. Pues mi caso seria exactamente lo contrario; sin tener mucho dinero me siento increíblemente rico. 

He acabado trabajando de nuevo en Massimo Dutti, el destino querrá que siga ligado al mundo de la moda y la verdad, es que me lo paso bien trabajando allí. Habló con personas en francés todo el día, lo cual me sirve de escuela, rodeado de compañeros simpáticos y con la alegría de saludar a unas compañeras fantásticas y guapísimas, sí, todo parece estar saliendo bien y eso me hace sentir feliz. La felicidad que uno siente cuando empieza sin nada y ve que puede adaptarse a las circunstancias y salir airoso. Felicidad por el orgullo y la confianza que se desarrolla al abrirse uno mismo su camino. Aunque me cueste un trabajo adicional vivir en un lugar pequeño, sin muchos recursos puedo decir que estoy orgulloso, reitero, por el simple hecho de vivir.

No voy a contar muchos más detalles, simplemente voy a dejar escrita una conversación que tuve con una persona tomando un café improvisado en un lugar al que no tenía pensado ir;

(Aviso al lector que este capítulo puede romper con la dinámica que veníamos siguiendo, pero si tiene el suficiente valor para querer entender y reflexionar adelante, en caso contrario este no es su texto, querido lector.)

El mundo dentro de un vaso de plástico.

Por un momento un vaso medio vacío paso a ser la referencia para que una persona de edad avanzada y yo, nos entendiéramos sobre varios conceptos de la vida, el arte y la sociedad. El encuentro se formó de la siguiente manera;

Hay un centro en París, el centro Pompidou, es un edificio que alberga galerías de arte moderno, pero que al mismo tiempo tiene una enorme biblioteca con videos, exposiciones temporales y gentes del mundo que pueden ir a ver la televisión en varios idiomas, e incluso, tomarse un café por ochenta céntimos. Una cifra irrisoria si tomamos en cuenta que el precio medio de un café son de cuatro a cinco euros. Después de acudir a un taller de conversación en francés salí a tomar ese café que tan gustosamente pago a la máquina surtidora. Allí solemos relajarnos, hablar de nuestra situación en la ciudad, contar penas, glorías y reírnos en general.

Es entonces cuando una persona mayor, francés, de figura débil, de silueta encorvada y de ojos vivos, aparece. Son de esa clase de personas que solo por el modo de reír o mirar ya dan un cierto respeto. Y cuál fue mi sorpresa al ver que aquel anciano acudía cada día a estudiar chino, llevaba ya ocho años acudiendo casi diariamente. Destacaba por su edad entre tanta juventud, pero allí, él era querido, respetado, todos tenían unas palabras de afecto para aquel viejo de importancia aún tan desconocida para mí.
Saludó a mi compañero y seguidamente me tendió la mano. Se presentó en un correcto francés y empezamos una conversación que se extendería más de lo que nunca me habría imaginado. Moi je m’apelle Joseph. Continuamos en francés, pero la conversación iría dando saltos del castellano al inglés, pues el chapurreaba bastante bien estos dos últimos. No me acuerdo muy bien cómo empezó la conversación pero los temas nos llevarían por los caminos de la literatura y la teología. Para empezar.

-          ¿Así que usted estudia chino? Le pregunté con cierta admiración.
-          Sí, es muy complicado. –Me contesto dejando un café de plástico medio vacío que nos iba a acompañar parte de la tarde, ahí, encima de la barra-.

Empezó a mover los dedos encima de la mesa dibujando figuras, y, con la preocupación de quien ha estado estudiando me dijo que cada una de las elaboradas figuras que hacia sobre la mesa eran simplemente sonidos, muy difíciles de pronunciar y que podían significar frases enteras para nuestra lengua y sentido occidental.

- Dicen que hace falta diez años para aprender bien el chino, si usted lleva ocho ya, en dos años deberá hablarlo perfectamente. –Le dije en tono de broma-.
Si Dios quiere que aprenda, El me enseñara el camino para que lo hable perfectamente. –Ese tipo de comentario me hizo contener muchos comentarios y preguntas para una persona que podría ser creyente ¿pero qué clase de creyente? Esa era mi gran pregunta. Decidí esperar a ver como seguía la conversación y un silencio por mi parte, cedió, para que el anciano cogiera el rumbo de la conversación.
- Pero antes ya estudiaba, hacía –scripts- ¿Cómo se dice en castellano?
- ¿Guiones? –dije-. ¡Vaya! Un escritor.
- Sí, guiones, guiones para el teatro, para el cine, pero ahora ya ha cambiado todo. –me respondió en castellano con un acento muy divertido pero claro-.
- Es increíble cómo se puede escribir tanto y tener siempre tantas cosas que decir en un libro de… por ejemplo 500 páginas –añadí-.
- La cuestión no es cuantas páginas puedas alcanzar a escribir en un libro, todo depende del contenido que quieras explicar. El contenido. –Me quedé mirando con el semblante fruncido-. Prosiguió –Si sabes lo que quieres contar puede que te des cuenta que has necesitado muchas páginas, pero todo depende de dos cosas; el talento y la necesidad de explicar algo. Obviamente todos tenemos motivos para explicar lo que vemos, pero no tenemos el talento. Dios nos da diferentes talentos y es nuestra obligación preguntarnos para encontrar el nuestro. Todos somos buenos en algo.
- Pero todas esas normas, guiones, maneras de hacer un texto…- Añadí sin saber muy bien que responder, solo quería que el siguiera hablando-.
- Depende de que quieras escribir- Y se rio efusivamente con brillo en los ojos-. Continuó.
- De todos modos Dios hará que escribas lo que debes escribir y si nos tienes el talento para hacerlo, nunca acabaras el texto, y con el tiempo, entenderás que no es lo que debías hacer. Pero todos debemos recorrer un camino antes de encontrar nuestra meta. ¿Y cuál ha sido históricamente la meta del hombre? –Me preguntó a modo de respuesta-. -La inmortalidad- Continuó-, -y eso solo lo consiguió Jesucristo recorriendo su camino. Dios nos quiere enseñar con esto que debemos recorrer el camino que él ha elegido para nosotros, y si nos hacemos las preguntas correctas encontraremos las respuestas en el camino. De esta manera conseguirás la vida eterna.

Después de esta conversación mi cabeza no sabía muy bien por donde continuar, pero estaba predispuesto a rebatirle algunos argumentos. Es curioso lo mucho que cuesta rebatir un argumento a alguien cuando te explica las cosas de la manera de la que él lo hacía. Siempre tenía una sonrisa en la boca, y cuando me daba las respuestas, yo mismo podía notar la felicidad que tenía aquel hombre por contarme todas esas cosas.
-¿Cómo se dice graine en español?-Me preguntó-.
-¿Semilla? –Respondí contento por ayudar al hombre con la traducción, tanto estudiar estaba dando sus frutos-.
-Sí, semilla- repitió pausadamente y cuidando la pronunciación-. Todos tenemos una semilla dentro de nosotros como una planta-. E hizo un gesto elevando las manos, emulando el crecimiento de un árbol-. Pero tenemos que cuidarla y hacerla crecer.
Dentro del mar de mis pensamientos, pasaron por mi cabeza muchas ideas en apenas unos segundo y sin que pudiera asimilarlas volvió a hablar.
-          Es difícil encontrar a gente que quiera escuchar- Hubo un pequeño silencio-.
-          Creo que siempre hay que escuchar y hacerse todas las preguntas para encontrarse a uno mismo-. Y proseguí. –Creo que todo es una metáfora-.

 El anciano me miro extrañado pero sin perder esa extraña, pero amable compostura de sus facciones en el rostro-. – ¿es posible que todo signifique que el camino de Dios es el de la creación? Es decir, ¿el camino de la naturaleza que hemos perdido? Y es por esto que Él nos diese un aviso de que no estábamos haciendo las cosas bien. Aludiendo al supuesto envío de  Jesucristo. – Porque existen otra religiones con las mismas ideas…-.

El hombre cogió su café, que había estado ahí delante de nosotros todo el tiempo. Lo cogió y dijo - ¿Cómo se dice mouton en castellano? –Oveja- respondí-. No podía creer que quisiera usar un mouton para explicarme algo, reviví un poco una lectura que acabé hace poco y me hizo sentir un poco como Le petit Prince, en medio de alguna de sus reflexiones nefelibatas. A partir de aquí la conversación pasaría al castellano por completo. Como si aquel hombre tuviera un interés especial en que me quedara clara aquella reflexión.

- Dios es en pastor, es un guía. Podemos hacer leyes para gobernar países o empresas, pero ¿quién nos dice lo que está bien o lo que está mal?
- ¿Leyes morales?- añadí-.
-Sí-. –Apuntaló-. Si no sigues las leyes morales Dios, Él, te aparta de su camino y no te puede ver ni escuchar-. Y aparto el café de su vera dejándolo unos metros más alejado-. –Pero si sigues su camino, Él te va  a enseñar el camino. –Volviendo a recoger el café y dejándolo delante suyo, sin darle ningún trago. Tu ahora estas viajando, estás buscando tu camino, y está  bien que hagas muchas cosas, pero no sabrás nunca cuál es tu objetivo si no escuchas y te haces todas las preguntas. Solo así conseguirás ser inmortal. En la biblia no dice que exista el infierno. Solamente que puedes seguir el camino de Dios, o puedes no seguirlo. Es difícil entenderlo porque la gente no quiere entender.
-Pero, no creo que sea tan difícil de entender, creo que está en la calle. La gente está perdida, no sabe porque hace lo que hace. Cae en depresión. No se escucha a sí misma y hace lo que le mandan y van perdidos con su pena. Luego les cuentas un poco algunas ideas que nunca han escuchado y, como les parecen extrañas, no quieren escuchar y creen que estoy loco, pero, los locos son los que no quieren escuchar ¿no?
-Exacto- dijo-.-Y eso es lo mismo en todas las religiones. –Por cierto ¿Cómo te llamas?
-Me llamo David, ¿y usted?
-Me llamo Joseph- y se rio-. Te llamas David, ese nombre tiene mucho significado.
-Es un nombre católico ¿verdad?
-David es el rey de Israel-
-Israel sí que tiene que encontrar su camino- añadí-.
- Si-. -Con gesto serio-. –Sí, ellos aún han de encontrar su camino-.
Buenos David, ahora tenemos que seguir nuestros caminos. –Hasta pronto-.

Y se acabó el poco café que había en el fondo de aquel vaso de plástico.

Saludos.

jueves, 20 de junio de 2013

L'avinguda de la llum - Parte I

Aqui os dejo un relato que por algún motivo inconsciente no puedo continuar, estoy seguro de que continuará cuando la misma historía me lo pida. Espero que os guste.

Saludos

L’avinguda de la llum – Parte I


Era una noche fría para ser el mes de Abril, había quedado con unos amigos de la facultad. Paseaba entre luces y abrigos de toda clase por el Paseo de Gracia de Barcelona, la cita era en la parada de Plaza Catalunya, justo enfrente de las Ramblas. El plan era perderse por las calles del Borne tomando unas copas para luego abandonarnos a la suerte y a la magia de sus calles. Y allí, entre decenas de acentos diferentes y gentes del mundillo del estraperlo, me encontré en un corralito a toda la pandilla. Entre el gentío –Ya era hora Ferrán, estábamos a punto de llamarte- exclamaron. Después de saludar más o menos cordialmente y entre alguna que otra broma, no transcurrió un largo rato hasta que sin pensarlo demasiado, por acto reflejo, nos dispusimos a caminar Rambla abajo, disfrutando de aquella noche de primavera y de reencuentro. No podía evitar sonreír.

La noche iba pasando entre tapas, cervezas y risas. Más tarde, bombas de fuego en forma de chupitos a los que fui invitado incontable de veces. Las ventajas de conocer al dueño. No quería pasarme con el alcohol, sabía qué hacía tiempo que no bebía así que me controlé bastante bien; cabe decir, que se perfectamente encontrar el equilibrio perfecto para disfrutar de una velada cuando las bebidas espirituosas se cruzan en mí camino. Eso sí, un espíritu labrado a base de muchas noches sufridas y tristes e inoportunas. Era sábado, con la tranquilidad que otorga saber que el metro abría toda la noche, decidimos finalizar la cita a sabiendas que no quedaba mucho para sofocarnos con el astro rey, que ya asomaba en un cielo azulado y sin estrellas. Nos despedimos con abrazos y apretones de manos y cada uno tomó su camino. A algunos los abandonamos a su suerte cabe decir. Ya eran mayorcitos para apañárselas.

Una vez en el vagón me impresionó sentarme y no ver a nadie, bueno sí, habían dos extranjeros durmiendo la papa en el vagón contiguo, nórdicos, una botella de Jack Daniels asomaba entre la gabardina de uno, ya sin tapón y en el vértice exacto de su mano para que no ser vertiera el poco contenido que había sobrado; bailaba en el fondo de la misma al compás de la vía de metro. Entre el sonido inconfundible de las vías y “propera parada, Passeig de Gracia” me conecte los cascos del iPhone y escuché algo de música para amenizar el trayecto, tan inusualmente solitario para ser sábado. Como un fantasma, subió una figura envuelta en una chaqueta con un gorro de lana cubriendo sus facciones, sin embargo, se distinguían perfectamente cayendo unos mechones de cabello rubio. Se sentó justo delante de la línea de asientos contiguos, delante de mí, un asiento o dos a la izquierda, no recuerdo muy bien, la cuestión es que se bajo el gorro que recubría su cabello, y entre plumas, recorrían las costuras de una mujer de tez blanca, deslizándose suavemente entre mechones de oro y plata, unos ojos grises me miraron y  me sonrieron plácidamente, desde ese día se borraron todas mis sospechas sobre hablar con la mirada. Se me entrecorto la respiración y me dije susurrando –mantén la calma, es muy guapa pero no te pongas nervioso- y lo único que exteriorice de manera involuntaria a su gesto, fue otra media sonrisa bastante forzada. O eso me pareció a mí. Apagué los cascos y recogí los auriculares. Me quede helado al ver que ella se dirigía a mí con un tono dulce, con un acento extraño y muy fluido.

Parecía muy segura, impropio de lo que estaba acostumbrado, pues solía ser yo el que adoptaba el rol de chico seguro. Era mi secreto para romper mí inseguridad. Ella, me lo arrebato desnudándome y citando una pregunta con voz fina y dulce. Había un hermoso brillo en sus ojos.

-¿Verdad que es bonita? Me extrañe ante tal interrogación, ella, enfatizando mi desconcierto y sin que mediara palabra alguna, concluyó –Gaudí, la estación de Gaudí, Siempre me fijo al pasar, sobretodo en navidad, ojala no hubiera sido olvidada-. ¿La parada de Gaudí? ¿Era posible que una chica que no conocía estuviera intentando quedarse conmigo? Era cierto, prácticamente no conocía la mayoría de paradas del metro de Barcelona, pero, no existía ninguna parada con ese nombre en el centro, hasta ahí llegaba.
–¿Perdona? Pues no conozco esa parada-. Me quede embobado con sus ojos.

–Está justo detrás de ti-. El tren estaba en marcha y me giré sin muchas expectativas, estaba todo oscuro pero unas pocas luces de emergencia me indicaban que alguna estructura había allí, rápidamente volvimos a la más profunda oscuridad. -¿La has visto?-. Y me volvió a  sonreír. Su mirada me hizo sentir incomodo, pues su presencia inundaba todo el vagón. “Propera parada, Sagrada Familia”.
–Me bajo aquí, me llamo Ana.
-Encantado, conseguí articular. Yo…, pero para entonces ya era tarde y el leve tintineo del cierre de puertas diluyo mis palabras, y mis pensamientos.

Y sin que me diera tiempo de presentarme ella salió del vagón. Llegando a mi estación, y aun pensando en la extraña situación que acababa de vivir, un fuerte golpe desvaneció mi ensoñación. La botella de Jack Daniel que sujetaba torpemente aquel individuo había caído al suelo. Los dos extranjeros seguían durmiendo. Y la botella rodaba y rodaba mientras se vertían las últimas gotas.
Aquella mañana me desperté tarde, habían transcurrido varios días del incidente y no podía de dejar de recordar afablemente y con cierta melancolía mi pequeño encuentro. Al pasar por su parada, me sobrecogía una expectación impropia, que hacía que mis ojos se clavaran en la puerta del vagón, esperando a que asomara por allí su presencia. Empecé a pensar si, quizá, no había sido sino más que el fruto de mi imaginación.

Me dirigía al trabajo, era la diada de San Jordi, y las calles estaban engalanadas con sus mejores prendas; olor a libros antiguos, olor a rosas en constante movimiento, cambio de manos, sonrisas y besos, promesas de amor, promesas de toda índole. Continué calle abajo sumergido en el ambiente y pasando desapercibido entre la muchedumbre. Me deje llevar y me refugié del gentío en una pequeña tienda de libros antiguos e independientes, había una pegatina señalando “oferta especial” y la puerta estaba adornada humildemente con una senyera  y una frase; “un bon grapat de roses porto a les meves mans; els petals, son les paraules. Cada paraula es un gracies, per la vostra amistad”. Abrí la puerta y un silencio bíblico inundo el ambiente. Después del entorno ruidoso de la calle, entrar allí era impactante. Se respiraba un trato muy especial por los libros, mucho cariño por los detalles, como de antaño. Quién sabe si años, cientos, de una tienda de barrio, que por arte de magia, aun se conservaba en una sociedad degradada por la electrónica y donde el papel, se había relegado a un plano menor.

Después de ojear detenidamente y apreciar la tapa dura de libros antiguos que jamás había visto, uno me atrajo llamándome la atención; era antiguo y en las letras resaltaba la imprenta de años atrás, como si de la mismísima época de oro se tratase; se titulaba “L’avinguda de la...”
-“L’avinguda de la llum”- escuché con una voz dulce, tan dulce que inmediatamente se me erizó la piel y el corazón, me dio un vuelco. Estaba a mi lado. – La escribió mi abuelo, era arquitecto de la línea de metro de Barcelona, y escritor. Era ella, Ana, no lo podía creer, la coincidencia de aquella tarde fue la más increíble que nunca había vivido en toda mi vida.

–Pensaba que no te iba a volver a ver- mi respuesta fluyó rápido, antes de que mi consciente intermediará y pensé que si tal vez fui algo brusco -. Ella, amagó con una sonrisa y continuó hablando, era tan dulce…
-Hay muchos secretos que no entendemos, y eso es lo que nos hace tener miedo, podría ser una buena contraportada para el libro de mi abuelo, el no creía en esas cosas-. Lo dijo con una expresión triste. Tenía un aire especial, como de otra época.

-Me lo quedo-. Ella, devolviendo su mirada, levantando sutilmente la cabeza y su ánimo me lo entregó y lo cobró. –Me llamo Ferrán- le dije-. Mientras, ella elaboraba las gestiones de cobro-. Le di las gracias y me dispuse a marchar, tenía que trabajar y ya me había entretenido suficiente. – ¿Cuándo te volveré a ver?- me atreví a decir-. Esperé su gesto y su respuesta. Me miró, como si esperase que pronunciara aquellas palabras.
-Vuelve mañana a las 10, cuando cierro la tienda, te puedo enseñar algunos secretos-. Sonrió.
El día transcurrió en una especie de nebulosa de ilusión que no dejaba centrarme en mis quehaceres. Era una especie de felicidad contenida, no sabía muy bien porque, pero no conseguía olvidarme de su sonrisa ni de la sonoridad de sus palabras, suaves y dulces. A sabiendas de lo que experimentaba me dejé llevar, hacía ya tiempo que me abandonaba a las causas pensando que ya había perdido suficiente al cuestionarme si debía o no debía dejar de sentir lo que me pedía el simple momento.

Al poco que quise, el tiempo de volver a verla se acercaba más y más, y ya apenas, quedaba media hora para poder verla. Ya estaba en el metro, contando las paradas. Me imaginaba como sería aquella tarde con ella. Alguien me dijo una vez que los sitios siempre cambian, por mucho que hayas estado antes, pues la compañía de las personas los hace diferentes. Y ella, era muy diferente a lo que conocía, pero, lo que no sabía es que aun viviendo en Barcelona, iría a un lugar totalmente desconocido para mí.
Mientras caminaba por el empedrado del paseo me volví a dejar por la dulce atmosfera que suponían las luces y el ambiente arrebatadamente bohemio y moderno que poseía la ciudad. Me la encontré cerrando el local, agachada, acabando de bloquear la  puerta, un segundo después, giró la cabeza, me miro con sus ojos iluminados – justo a tiempo- sonrió.


jueves, 11 de abril de 2013

Que es la moda, me pregunto esta noche


¿Qué es la moda?, me pregunto esta noche;

Después de un largo recorrido sin nada que contar, o más bien, sin ganas de hacer el esfuerzo de como contarlo, se me ocurren en un par o tres de cosas que podría escribir y que de verdad me llenan lo suficiente, como para reunir energía y reemprender esta empresa del blog.

Se trata de algo que va ligado a mi nueva realidad, pues hacia un tiempo, que desde que acabe mi trabajo en el Dos Cielos no conseguía encontrarme ni llenar mi cabeza de nuevos estímulos. Después de la fase “volver a tener una vida” que me ofreció el desempleo, poco a poco fui teniendo la necesidad de reinventarme al encontrar que la rutina en mi pueblo natal, seguía con la misma intención de no cambiar para nada, y eso, desde luego me hizo volver a saltar al vacío y dejarme llevar por lo que fuese que iba a toparme ahí fuera, así que ¿Cómo acaba la historia y a donde coño quiero llegar? Pues a que ahora trabajo en el mundo de la moda, con Massimo Dutti, después de pasar por una formación muy enriquecedora con Inditex, aquella empresa gallega tan famosa que esta dominando el mundo de la moda “low cost”.

El hecho es que recibir tantas nuevas ideas, procesarlas, conocerlas e interactuar con ellas, hacen que, inconscientemente, supongo que debido a mi naturaleza de querer hacerlo todo bien a costa de recibir ostias y soportarlas, hacen que mis pensamientos sufran estragos y formen ideas tan tangibles como las que me dispongo a contar. Entiendo que esto es un blog libre, tanto de pensamientos personales, como de historias varias que no dejan de expresar lo que siento, deformado así, en varias modalidades literarias, mis sinrazones.
Todo a llegado con la observación; dicen los fotógrafos, que solo conociendo tu cámara y todos los misterios que la rodean, más aún, sabiendo la luz que necesita en cada momento, se convertirá en una extensión de tu brazo, y solo así, valga la redundancia, empieza la creatividad. Pues algo así he alcanzado con mis pensamientos respecto al mundo de la moda y que representa. Por supuesto no tengo un nivel ni similar a la hora de vender mi producto, pero si a la hora de interpretarlo. Me fijo por las calles de Barcelona, y en extensión, recuerdo divertidamente un poco los casos que he vivido. Veo que la moda no es más que un elemento con perfil psicoanalítico donde la gente nos dice a gritos, quien quiere ser.

Quiero ser ese actor de cine que liga tanto, quiero ser ese chico tan rico y millonario que sale en las revistas, quiero ser ese futbolista, ese chico al que admiro por haber conseguido una chica tan guapa como su novia, quiero ser ese músico de heavy metal, rock, hip hop, rumbero, flamenco, dj de música electrónica, tecno, trance, drum n’ bass, quiero ser ese personaje de tal serie, quiero pertenecer a este grupo, porque, ¡son diferentes! o, por ideas políticas tanto nacionales, izquierdas, derechas, centro o anárquicas, quiero parecerme a mí padre, a aquellas modas de los 60’ 70’ 80’ 90’, quiero llevar la ropa de Bob Marley porque fumo porros, quiero tener ropa de tal diseñador, porque me lo puedo permitir, quiero ser normal, porque no sé quién soy. ¿Quién soy? Me miro a un espejo y lo descubro, aparto la mirada de él, y vuelvo a estar solo. Solo contigo.

 De ahí, surgen las modas ¿no es algo duro pensar así? Porque inconscientemente todos lo somos, o alguna vez lo hemos sido, y lo seguiremos siendo aun pensando que no. ¿o no? Que más dará ya, la moda la inventan algunos y los demás les copiamos.

Quiero agradecer la inspiración y, de paso, recomendar el blog "the sartorialist" de Scott Shuman.

Saludos.